lunes, 24 de octubre de 2016

La verdadera razón de ser de las historias de los Baskerville (primera parte)

Muy buenas noches.
  Una vez que he podido abrir este su espacio, y recuperado de algunos sobresaltos que he sufrido en los últimos meses, he decidido relatar el porqué de las dos publicaciones, una ya a su disposición y otra en capilla.
  Corría el mes de mayo de este año, 2016, y estaba yo apaciblemente aposentado en mi casa del madrileño barrio de Legazpi cuando mi breve periodo “de Rodríguez” (mi señora se había ido cuatro días a un concierto de una ignota banda de rock a una ignota ciudad de Alemania) se vio interrumpido bruscamente.
  Les explico, había yo ordenado una pizza a domicilio y el repartidor se retrasaba más de lo habitual cuando el telefonillo sonó insistentemente.
  —¿Sí? —dije bruscamente.
  —¡PIZZA! —respondieron a voz en grito. Pude oír el grito proveniente de la calle, eso me cabreó aún más si cabe porque ya eran las doce de la noche y aquel impresentable no sólo llegaba tarde sino que molestaba a los vecinos.
  —Suba. Es el ascensor de la izquierda —respondí yo—. Y haga el favor de no hacer ruido.
  Me dispuse a abrir la puerta con mi cara de digno enfado en cuanto sonara el timbre, pero no tuve oportunidad: En cuanto accioné el picaporte la puerta se abrió de un empujón y el cañón del arma más extraña que se pueda imaginar fue a apoyarse entre mis cejas. Para que se lo imaginen les pediré que se imaginen el revolver de Harry “el Sucio” adornado con una multitud de diales luminosos, cables y lo que parecía ser una pantalla de cristal líquido allí donde debiera haber estado el tambor. Pueden ustedes decir que seguro que ese arma no era más que un juguete de un disfraz, pero algo en la forma en la que me apuntaban con él me llevó a atribuirle las más altas capacidades a la hora de abrirle un agujero a mi pellejo.
  Fui empujado dentro de casa y, aunque no creo que en aquel estado de terror hubiera podido decir ni media palabra, una áspera mano me tapó la boca. El dueño de aquella mano era un tipo más bajo que yo, es decir, bajito, de estrafalaria vestimenta (chaqueta de aviador color verde fluorescente, pantalones negros y botas militares rosas) y de aún más estrafalario peinado, pues peinaba una cresta multicolor de casi medio metro de alto.
  —Calladito —susurró. Y me metió en el salón de mi casa.
  Detrás de él entró un tipo alto y fornido, de frondosa barba y cabellos oscuros, vestido con un abrigo largo de color azul marino, el cual cerró la puerta detrás de él, echó la llave que había en la cerradura y se la guardó en el bolsillo. Me di por perdido: dos tipos raros se habían metido en mi casa y yo iba a acabar en las páginas de sucesos.
  —Buenas noches, Sr. González —dijo el más alto —. Lamento profundamente el modo en el que nos hemos presentado en su casa, pero la necesidad nos apremia y no disponemos de tiempo para hacer las cosas como las buenas maneras mandan.
  —No pasa nada —murmuré, estúpidamente.
  —Mi nombre es Emil Baskerville y este es mi hermano Jake —respondió. El llamado Jake inclinó la cabeza sin dejar de apuntarme —. Hemos venido aquí desde muy lejos para hacerle una proposición de trabajo. Necesitamos que publique algo aquí en su tiempo como si fuera suyo.
  —Pero si no soy escritor —dije.
  —Sí, pero quiere serlo y eso es lo que necesitamos —respondió. Yo no entendía nada. Y aún sigo sin entenderlo del todo.
Dejó sobre la mesita de papel una carpeta.
  —Ahí tiene todo lo que necesita para la primera de las historias —dijo —. Le recomiendo que se ponga a ello de inmediato y, junto con sus amigos de la Tertulia Sherlockiana de Madrid, de la que sabemos es parte activa, lo ponga a disposición del público en el evento literario... ¿Cómo se llamaba, Jake?
  —“Hostia, ¡un libro!” —dijo Jake con media sonrisa.
  —Eso el evento literario “Hostia, ¡un libro!” que se celebrará en junio de éste mismo año.
  —¿Por qué? —pregunté.
  —No necesitas saberlo —dijo Jake y la forma en la que volvió a apuntarme con su arma me hizo darle la razón.
  —No nos falle, Sr. González. Le necesitamos —dijo Emil —. De hecho nuestra necesidad es tan grande que, aunque no es probable que nos vea, estaremos vigilantes de que cumpla con su cometido. Nada hay que me repugne más que el tener que amenazarle pero en este caso no tengo opción. ¿Ha comprendido?
  No pude responder, así que asentí.
  —Bien, creo que nos hemos entendido, Sr. González —dijo Emil —. Ni que decir tiene que cualquier intento de llamar a las autoridades será tomado por nuestra parte como una agresión, y que las medidas que tomaremos en ese caso serán más dolorosas para usted que para nosotros.
  —Claro —fui capaz de decir con un hilo de voz.
  —Otra cosa —dijo cuando ya se dirigía a la puerta —. Este encuentro no podrá ser revelado a nadie hasta que no le hagamos llegar la documentación necesaria para la segunda parte de las historias que deberá publicar para nosotros. No se preocupe —añadió cuando vio el terror aflorar en mi rostro —. No volverá a vernos, se lo haremos llegar por correo. En estos tiempos los carteros no son tan peligrosos.
  Dicho esto se largaron por donde habían venido. En cuanto se cerró la puerta me arrojé sobre el móvil para llamar a la policía y lo hubiera hecho pero el aparato estaba bloqueado. Hiciera lo que hiciera en pantalla sólo aparecía una foto de Jake apuntándome con su extraño revolver y una leyenda: “Lea la carpeta, Sr. González”. El terror a las consecuencias y, por qué no decirlo, la curiosidad, hicieron que no llamara a la policía. En su lugar abrí la carpeta y me dispuse a leer su contenido. No me arrepiento de ello.
  En ella, junto con la documentación sobre la primera de las aventuras de los Baskerville, se me proporcionaron las pruebas irrefutables de que los hermanos provenían de un futuro lejano y que la publicación por mi parte de sus aventuras, aunque humilde, es parte de un plan maestro para salvar a la galaxia de una amenaza inenarrable. Como comprenderán procedí a destruir esas pruebas en el mismo momento en el que me di cuenta del peligro que suponían para nuestro plano de existencia y, sobrepasado por la responsabilidad que se ponía sobre mis hombros, me dispuse a escribir la novela breve que titulé “El Sabueso y los Baskerville”.
  El resto es historia. Seguí al pie de la letra las instrucciones recibidas, ya no por la amenaza recibida sino por aportar un pequeño grano de arena en la titánica tarea que los Baskerville están llevando a cabo. El librito fue publicado justo para la feria “Hostia, ¡un libro!” a finales del mes de junio.
Ahora escribo estas lineas en mi bitácora porque he recibido el permiso para ello. Junto con el escrito de los hechos que continúan a “El Sabueso y los Baskerville”, que me llegó hace unas semanas por correo venía una nota manuscrita:

  “Muchas gracias, Sr. González. El trabajo que ha realizado nos va a ser de mucha utilidad. Ahora es necesario que vuelva a sentarse ante el ordenador para escribir otra de nuestras vivencias. No habrá peligro en que haga pública nuestra relación, lo más probable es que nadie le crea y piense que es sólo un juego por su parte, aún así le recomendamos prudencia. Un saludo”


  La nota iba firmada por Emil Baskerville y gracias a ella me siento autorizado para hacerles llegar esta extraña anécdota a ustedes mis lectores. Si quieren creer que esto es sólo un juego literario son muy libres de ello. Yo mientras tanto seguiré publicando las aventuras del los hermanos y todos sus aliados y enemigos como considero que es mi obligación.

Madrid a 24 de octubre de 2016

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