Muy buenas noches.
Una vez que he podido abrir este su
espacio, y recuperado de algunos sobresaltos que he sufrido en los
últimos meses, he decidido relatar el porqué de las dos
publicaciones, una ya a su disposición y otra en capilla.
Corría el mes de mayo de este año,
2016, y estaba yo apaciblemente aposentado en mi casa del madrileño
barrio de Legazpi cuando mi breve periodo “de Rodríguez” (mi
señora se había ido cuatro días a un concierto de una ignota banda
de rock a una ignota ciudad de Alemania) se vio interrumpido
bruscamente.
Les explico, había yo ordenado una
pizza a domicilio y el repartidor se retrasaba más de lo habitual
cuando el telefonillo sonó insistentemente.
—¿Sí? —dije bruscamente.
—¡PIZZA! —respondieron a voz en
grito. Pude oír el grito proveniente de la calle, eso me cabreó aún
más si cabe porque ya eran las doce de la noche y aquel
impresentable no sólo llegaba tarde sino que molestaba a los
vecinos.
—Suba. Es el ascensor de la izquierda
—respondí yo—. Y haga el favor de no hacer ruido.
Me dispuse a abrir la puerta con mi
cara de digno enfado en cuanto sonara el timbre, pero no tuve
oportunidad: En cuanto accioné el picaporte la puerta se abrió de
un empujón y el cañón del arma más extraña que se pueda imaginar
fue a apoyarse entre mis cejas. Para que se lo imaginen les pediré
que se imaginen el revolver de Harry “el Sucio” adornado con una
multitud de diales luminosos, cables y lo que parecía ser una
pantalla de cristal líquido allí donde debiera haber estado el
tambor. Pueden ustedes decir que seguro que ese arma no era más que
un juguete de un disfraz, pero algo en la forma en la que me
apuntaban con él me llevó a atribuirle las más altas capacidades a
la hora de abrirle un agujero a mi pellejo.
Fui empujado dentro de casa y, aunque
no creo que en aquel estado de terror hubiera podido decir ni media
palabra, una áspera mano me tapó la boca. El dueño de aquella mano
era un tipo más bajo que yo, es decir, bajito, de estrafalaria
vestimenta (chaqueta de aviador color verde fluorescente, pantalones
negros y botas militares rosas) y de aún más estrafalario peinado,
pues peinaba una cresta multicolor de casi medio metro de alto.
—Calladito —susurró. Y me metió
en el salón de mi casa.
Detrás de él entró un tipo alto y
fornido, de frondosa barba y cabellos oscuros, vestido con un abrigo
largo de color azul marino, el cual cerró la puerta detrás de él,
echó la llave que había en la cerradura y se la guardó en el
bolsillo. Me di por perdido: dos tipos raros se habían metido en mi
casa y yo iba a acabar en las páginas de sucesos.
—Buenas noches, Sr. González —dijo
el más alto —. Lamento profundamente el modo en el que nos hemos
presentado en su casa, pero la necesidad nos apremia y no disponemos
de tiempo para hacer las cosas como las buenas maneras mandan.
—No pasa nada —murmuré,
estúpidamente.
—Mi nombre es Emil Baskerville y este
es mi hermano Jake —respondió. El llamado Jake inclinó la cabeza
sin dejar de apuntarme —. Hemos venido aquí desde muy lejos para
hacerle una proposición de trabajo. Necesitamos que publique algo
aquí en su tiempo como si fuera suyo.
—Pero si no soy escritor —dije.
—Sí, pero quiere serlo y eso es lo
que necesitamos —respondió. Yo no entendía nada. Y aún sigo sin
entenderlo del todo.
Dejó sobre la mesita de papel una
carpeta.
—Ahí tiene todo lo que necesita para
la primera de las historias —dijo —. Le recomiendo que se ponga a
ello de inmediato y, junto con sus amigos de la Tertulia Sherlockiana
de Madrid, de la que sabemos es parte activa, lo ponga a disposición
del público en el evento literario... ¿Cómo se llamaba, Jake?
—“Hostia, ¡un libro!” —dijo
Jake con media sonrisa.
—Eso el evento literario “Hostia,
¡un libro!” que se celebrará en junio de éste mismo año.
—¿Por qué? —pregunté.
—No necesitas saberlo —dijo Jake y
la forma en la que volvió a apuntarme con su arma me hizo darle la
razón.
—No nos falle, Sr. González. Le
necesitamos —dijo Emil —. De hecho nuestra necesidad es tan
grande que, aunque no es probable que nos vea, estaremos vigilantes
de que cumpla con su cometido. Nada hay que me repugne más que el
tener que amenazarle pero en este caso no tengo opción. ¿Ha
comprendido?
No pude responder, así que asentí.
—Bien, creo que nos hemos entendido,
Sr. González —dijo Emil —. Ni que decir tiene que cualquier
intento de llamar a las autoridades será tomado por nuestra parte
como una agresión, y que las medidas que tomaremos en ese caso serán
más dolorosas para usted que para nosotros.
—Claro —fui capaz de decir con un
hilo de voz.
—Otra cosa —dijo cuando ya se
dirigía a la puerta —. Este encuentro no podrá ser revelado a
nadie hasta que no le hagamos llegar la documentación necesaria para
la segunda parte de las historias que deberá publicar para nosotros.
No se preocupe —añadió cuando vio el terror aflorar en mi rostro
—. No volverá a vernos, se lo haremos llegar por correo. En estos
tiempos los carteros no son tan peligrosos.
Dicho esto se largaron por donde habían
venido. En cuanto se cerró la puerta me arrojé sobre el móvil para
llamar a la policía y lo hubiera hecho pero el aparato estaba
bloqueado. Hiciera lo que hiciera en pantalla sólo aparecía una
foto de Jake apuntándome con su extraño revolver y una leyenda:
“Lea la carpeta, Sr. González”. El terror a las consecuencias y,
por qué no decirlo, la curiosidad, hicieron que no llamara a la
policía. En su lugar abrí la carpeta y me dispuse a leer su
contenido. No me arrepiento de ello.
En ella, junto con la documentación sobre la primera de las
aventuras de los Baskerville, se me proporcionaron las pruebas
irrefutables de que los hermanos provenían de un futuro lejano y que
la publicación por mi parte de sus aventuras, aunque humilde, es
parte de un plan maestro para salvar a la galaxia de una amenaza
inenarrable. Como comprenderán procedí a destruir esas pruebas en
el mismo momento en el que me di cuenta del peligro que suponían
para nuestro plano de existencia y, sobrepasado por la
responsabilidad que se ponía sobre mis hombros, me dispuse a
escribir la novela breve que titulé “El Sabueso y los
Baskerville”.
El resto es historia. Seguí al pie de
la letra las instrucciones recibidas, ya no por la amenaza recibida
sino por aportar un pequeño grano de arena en la titánica tarea que
los Baskerville están llevando a cabo. El librito fue publicado
justo para la feria “Hostia, ¡un libro!” a finales del mes de
junio.
Ahora escribo estas lineas en mi
bitácora porque he recibido el permiso para ello. Junto con el
escrito de los hechos que continúan a “El Sabueso y los
Baskerville”, que me llegó hace unas semanas por correo venía una
nota manuscrita:
“Muchas gracias, Sr. González. El
trabajo que ha realizado nos va a ser de mucha utilidad. Ahora es
necesario que vuelva a sentarse ante el ordenador para escribir otra
de nuestras vivencias. No habrá peligro en que haga pública nuestra
relación, lo más probable es que nadie le crea y piense que es sólo
un juego por su parte, aún así le recomendamos prudencia. Un
saludo”
La nota iba firmada por Emil
Baskerville y gracias a ella me siento autorizado para hacerles llegar
esta extraña anécdota a ustedes mis lectores. Si quieren creer que
esto es sólo un juego literario son muy libres de ello. Yo mientras
tanto seguiré publicando las aventuras del los hermanos y todos sus
aliados y enemigos como considero que es mi obligación.
Madrid a 24 de octubre de
2016
Totalmente de acuerdo con los hermanos, ponte a escribir ya.
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